Suelas rotas

Elisa Mariño
6 min readMar 20, 2019

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La suela de goma de las zapatillas tenía una grieta donde dobla el pie. Dani las había usado todo el verano. Al principio la grieta era pequeña, ni siquiera había notado que estaba ahí hasta que fué a limpiarlas. Pero para el inicio del curso la grieta cruzaba todo el ancho de la zapatilla y la suela pronto se partiría por la mitad.

Una suave lluvia pronto dio a una cortina de agua que caía de forma implacable sobre el asfalto y la acera para formar charcos ahí donde la los adoquines estaban partidos. Dani caminaba de puntillas apretando el viejo chubasquero de un azul descolorido contra el cuerpo y saltando cada vez que se encontraba con un charco, pero eso no evitó que para cuando llegó a clase tuviera los calcetines empapados.

Con cada paso, podía sentir la sensación pegajosa del calcetín mojado y frío. La señorita Pili le miró con desaprobación.

— Estás dejando todo empapado — le reprendió — Ve al baño a secarte.

Dani agachó la cabeza y no dijo nada. El cabello mojado se le pegaba al rostro, demasiado largo para ser cómodo, pero corto para recogerlo en una coleta. La última vez que le habían pelado había sido antes del verano, antes de que su padre se llevara la maquinilla. Le había prometido que cuando volviera le cortaría el pelo, así que ahora se negaba rotundamente a que su abuela lo arreglara con las tijeras.

Se secó lo mejor que pudo usando el papel del baño y poniendo especial cuidado en las zapatillas. Los calcetines eran un caso perdido y terminó quitandoselos, aunque la textura de la plantilla medio corroída le recordaba a un chicle mascado. .

Se sentó en la parte de atrás y miró con envidia a Pablo, con sus zapatillas nike negras y con una raya roja, nuevas. Dani habría hecho lo que fuese por unas zapatillas como esas. Con unas zapatillas así podría entrar en el equipo. Seguro. No dejaba de pedirselo a su abuela pero ella siempre respondía que no había dinero, que tal vez cuando su padre volviera. Pero el verano se había terminado y Dani seguía con sus zapatillas viejas.

Cuando estaba mama era distinto. Ella habría encontrado el modo. Unas horas más en algunas casas, coser para vecinas o un segundo trabajo. Pero mama ya no estaba, se la habían quitado.

— Dani, Dani — escuchó repetir a la señorita Pili- ¿puedes responder?

Dani parpadeó, apretaba el boli bic mordido con fuerza. No merecía la pena mentir, ni siquiera sabía cuál era la pregunta. Agachó la cabeza avergonzado mientras la señorita Pili soltaba un audible suspiro y Pablo levantaba la mano con autosuficiencia.

— Cuatro. — dijo con una sonrisa de satisfacción y dedicando una mirada de reojo a Dani, esperando su reacción.

— Muy bien Pablo — dijo la señorita antes de continuar con una lección que a Dani le importaba muy poco.

Pablo le dedicó una sonrisa de superioridad. A Pablo le encantaba dejar claro que era mejor que los demás. Las mejores zapatillas, la ropa de marca, la última consola y cualquier cosa que se le antojase. Su padre le daba todo lo que quisiera y Pablo lo usaba para comprar a todos los demás niños.

La mañana pasó entre dibujos y borrones por los bordes del libro y del cuaderno. Apenas había tomado notas de lo que decía la profesora. Lo intentaba, Dani lo intentaba. Pero era incapaz de concentrarse, sólo podía pensar en el sonido de un golpe seco, la confusión y el deportivo rojo alejándose a toda velocidad.

Eso había sido hacía tres meses, pero Dani lo recordaba con perfecta claridad. Era el coche más impresionante que había visto, bajo, de líneas redondeadas, cristales negros tintados, hasta alerones. Como los de las películas. No era de los que se olvidan y más en el barrio, donde la mayoría tenía coches viejos de segunda mano. Y blancos, que era mucho más barato.

A su madre también la recordaba, tirada como una muñeca rota sobre el asfalto y las rayas blancas, casi desdibujadas por la lluvia del paso de cebra. Tenía el cuello torcido y los ojos muy abiertos, con la mirada fija en la nada. Como si no comprendiese lo que había pasado. Dani tampoco lo entendía.

— Vuelve a ponerte los calcetines — escuchó que decía la señorita Pili con tono resignado y expresión cansada. — Tienes que intentar arreglarte. No puedes ir así.

La señorita Pili apretó los labios, como si fuera a decir algo más, pero finalmente optó por indicarle la puerta del recreo. Dani salió con desgana. Sabía que Pablo estaría presumiendo de sus zapatillas nuevas.

Fuera seguía lloviendo y el grupo de niños se apelotonaba bajo el soportal del colegio alternando su mirada entre el campo de fútbol encharcado y los profesores que vigilaban que no salieran al patio embarrado.

— Eh, pringado — le llamó Pablo — ¿No tienes otra ropa?

Dani no dijo nada. Su abuela hacía lo que podía por arreglarle la ropa que le daban las vecinas. La mayoría de lo que tenía era heredado, salvo las zapatillas. Su madre solía comprarle unas nuevas cada inicio de curso, nada especial o muy caro, pero suyas. Entonces habría desafiado a Pablo y le habría retado a salir al campo.

Pablo se rió, mirando a los lados para ver si los otros niños le seguían. Pero la mayoría parecían incómodos, había ciertas líneas que nadie quería pasar, ni siquiera Pablo

— Así no puedes hacer las pruebas del equipo — Insistió. Para luego, casi a regañadientes, añadir — Puedes usar las mías viejas.

Aquello era nuevo, terreno inexplorado y ninguno de los dos parecía saber muy bien cómo seguir. A Dani no le gustaba deberle nada a Pablo, pero la suela de goma de sus zapatillas estaba a punto de partirse. Asintió con un gesto brusco, algo forzado e incómodo.

— Vale. — dijo al fin Dani evitando la mirada de Pablo.

— Vale — repitió Pablo, incómodo pese a que parecía haber conseguido, por fin, la aprobación del grupo que siempre parecía buscar.

El resto del recreo y de las clases pasaron con la misma rutina insípida y vacía de los últimos meses. La señorita Pili intentando que la clase de niños prestase atención a algo que no fueran las pruebas del equipo de futbol, Pablo con la mano siempre levantada y Dani emborronando los bordes del cuaderno.

Con los pies secos y si Pablo le dejaba sus zapatillas viejas tenía opciones para entrar en el equipo. Por un momento, Dani se permitió pensar que, por primera vez desde que había perdido a su madre, las cosas podían salirle bien.

Seguía a Pablo, concentrado en esquivar los charcos, así que no lo vio hasta que llegaron. El deportivo rojo, el mismo que había visto alejarse después de atropellar a su madre. Dani se paró en seco.

— Vamos — insistió Pablo — Mi padre ha traído las zapatillas.

Dani seguía completamente inmóvil, con la vista clavada en el coche, con su forma aerodinámica y sus cristales tintados, exactamente como lo recordaba. Abrió la boca.

— ¿Qué te pasa? ¿No quieres las zapatillas? — insistió Pablo visiblemente irritado.

Dani parpadeó y miró a Pablo con los puños apretados, su respiración era agitada.

— No, acabo de recordar que tengo algo que hacer — respondió Dani antes de darse la vuelta y salir corriendo.

Pablo le gritaba a su espalda, pero a Dani no le importó. Ni tampoco las pruebas del equipo o que la suela de goma de sus zapatillas terminase de romperse. Lo único que le importaba era llegar a la comisaría, por primera vez desde el atropello tenía un objetivo.

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Written by Elisa Mariño

Fiction is the art to tell lies to show truths. Politics is the art to use truths to tell lies.

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